sábado, 1 de febrero de 2014

MUERE EL POETA FELIX GRANDE

Félix Grande, poeta, discípulo, marido y padre de poetas, ha muerto en Madrid con 76 años, después de una temporada de enfermedad y silencio, justo cuando se cumplen 50 años de la publicación de su primer poemario, 'Las piedras', que ganó el premio Adonais en 1963 y llegó a las librerías en 1964.
Por entonces, Grande era una especie de hermano menor de los poetas de la generación del 50. Por edad, era demasiado joven para entrar en su grupo, pero también era demasiado mayor y estaba separado por temática y actitud para alistarse entre los novísimos (Antonio Martínez Sarrión, el mayor de los nueve, es dos años más joven). Había crecido en provincias, en Tomelloso, hijo de dos republicanos y nieto de un guitarrista flamenco que lo marcaría. Con 20 años se trasladó a Madrid y, en 1961, empezó a trabajar con Luis Rosales en la redacción de 'Cuadernos Hispanoamericanos', la revista de cultura más importante de su tiempo. Rosales se convertiría en su guía.
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Poemas de Félix Grande


Amada 

Amada, sólo un tema me queda hoy en la vida:
tú eres mi tema, tú eres mi asunto solitario;
en mi espalda te llevo igual que un dromedario
en el desierto lleva su gran agua escondida;

igual que el dromedario cruza los arenales
una vez y otra vez sin salir del desierto,
con su estéril nostalgia de valle, hasta que es muerto
sobre los arenales, sobre los arenales;

igual que el dromedario yo soporto las cargas
con mi paso cansino de soledad, las llevo
sobre mí por arenas persistentes y largas;

y, como el dromedario, avaricioso, traje
mi cántaro de agua, y te bebo y te bebo
sin otro dios que tú mientras dura el viaje.

CARTA


Mi amada
estará pensando en mí:
¡la una de la madrugada!

¿El amor empieza así,
cada uno solo en su lecho,
sin dormir,
y deseando recibir
otro balazo en el pecho?

El camino
clandestino
con rumor de sabia nueva
y tierra sin pisar, ¿ lleva
a buen fin, a buen destino?
¿O es otra vez el ciclón
que empieza con un suspiro
y que acabará de un tiro
partiéndome el corazón?

No lo sé.
Me temo quo lo sabré
cuando estén llenos de azufre
los silos de la memoria:
¿Sólo comprende el que sufre?
¿Sólo el dolor tiene historia?
¿O quizás, y todavía,
será posible inventar
la historia de la alegría?

¡Preguntar y preguntar,
desvelado,
con azufre en el pasado
y fracturas y despojos
en donde ponga los ojos!

Sin embargo, ¡ah, sin embargo,
don Antonio!,
por entre un saber amargo
aguardo como un demonio
que una mujer, desvelada
por un secreto y un hombre,

ponga mi nombre en su almohada
y al fin se duerma dichosa
con una mano olvidada
orilla a su oscura rosa.

¿No escarmienta la ilusión?
¡La una de la madrugada
y el tictac del corazón
avanzado, sin dormir
y afanoso,
por el tiempo misterioso
que aún falta para morir!